Por Rafael Cano Franco
Combatir la corrupción con corruptos
El eje discursivo del presidente Andrés Manuel López Obrador giró en torno a combatir la corrupción, su gran promesa de trasformar a México se centró en un apasionado debate sobre la enorme desigualdad que se genera entre las personas honradas y los políticos corruptos que medran los recursos públicos y con lo cual sustentan un nivel de vida que está por encima de las mayorías.
En la teoría eso suena muy bonito y es un discurso “pegador”, que le llega a la gente, particularmente en un país como el nuestro con tantos ejemplos de fortunas amasadas al amparo del poder político.
Pero resulta que una cosa es combatir la corrupción y otra muy distinta es pelearse con los corruptos.
Desde que aparecieron las imágenes de René Bejarano, “El señor de las ligas”, recibiendo aportaciones millonarias del empresario argentino Carlos Ahumada; hasta los video escándalos de Pío y Martín López Obrador, también recibiendo dinero para el “movimiento” que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República, está más que documentado que la corrupción no es ajena a la 4T y fluye por las venas de un movimiento político que está manchado de origen.
Hay mucha familia de López Obrador involucrada en el “pase de charola” para financiar la actividad política del presidente, pero también figuran personajes muy cercanos como el caso de Ricardo Monreal, o el más reciente, el de Delfina Gómez, la Secretaria de Educación Pública que cuando era alcaldesa de Texcoco, descontaba a los empleados del Ayuntamiento “aportaciones voluntarias” que iban a parar a Morena y que nunca fueron informadas a las instancias fiscalizadoras del INE.
Desde que se documentó el primer escándalo de recolección de dinero de manera ilegal a la fecha, se contabilizan poco más de 160 millones de pesos –8 millones de dólares– que fueron a parar a un movimiento político que se escudó tras una careta de honestidad para decir que era diferente y que su blasón principal era el combate a la corrupción.
Pero resulta que todo era una fachada, una escenografía que se ha ido cayendo a pedazos.
El movimiento de López Obrador, con la bandera del combate a la corrupción, se financió de manera corrupta para llegar al poder y lo peor es que a pesar de los escándalos que no dejan de aparecer, ninguno de los protagonistas ha sido castigado.
Por el contrario, a la mayoría se les premió con cargos en el gabinete, se les cobija con posiciones políticas y se les “apapacha” con elogios desde el púlpito presidencial.
En cualquier país bastaría la sola presunción de corrupción de un funcionario para que de inmediato fuera obligado a presentar su renuncia; en México no. Aquí se les mantiene en el cargo y si es posible se les asciende a niveles de mayor responsabilidad.
No importa si son aptos, capaces o reúnen el perfil requerido para el cargo; lo que importa es el servicio prestado al movimiento de la 4T y entre más profundo hayan andado en el lodo de la corrupción, más se les aprecia y se les premia.
Es la lealtad que tanto estima el Presidente López Obrador. Esa que pone por encima de la capacidad para gobernar. Por eso la 4T se convirtió en un movimiento de incondicionales que están dispuestos a realizar cualquier tropelía, legal o ilegal, a sabiendas de que mientras mantengan un estado de gracia con el líder, nada les va a pasar.
Ahí está el caso de Delfina Gómez, cuyos actos ilegales ahora le cuestan a Morena una multa superior a los 4 millones de pesos, pero que además establecen el precedente de que una Secretaria de Estado fue condenada por un Tribunal, que dejó en firme la sentencia por comisión de un delito administrativo y solamente por eso, ella debería renunciar al cargo.
Pero en la lógica del presidente López Obrador, es mejor mantenerla a su lado que castigar la corrupción, con ello no solamente protege y encubre, también es cómplice de esa misma corrupción que dice combatir con tanto ahínco, pero de la cual tanto se benefició.
Lo cierto es que la 4T desplazó a algunos corruptos del pasado, a otros los sumó a sus filas, pero también llegó con los propios a quienes mantiene y alienta sin importar que eso vaya en detrimento de su propio discurso.